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#Reseña: Esos días azules · Nieves Herrero

"Estos días azules y este sol de la infancia..."


Esos fueron, quizás, los últimos versos de Antonio Machado antes de morir en Collioure (Francia) allá por los últimos compases del mes de febrero de 1939. Los encontró su hermano José en un papel arrugado, dentro de un abrigo gastado, cuando tuvo que recoger de la pensión los últimos enseres del segundo de la familia Machado.

Y es que en esa combinación de vida y plenitud de la infancia, de las posibilidades infinitas, de las carreras y corazones desbocados en una carrera improvisada, el descanso bajo la higuera en el calor del verano o el primer amor y todo el torrente de emociones que ello conlleva son posesiones inmateriales (valga la antítesis) en el paso de la vida humana.

He tenido la suerte esta vez de enfrascarme en una obra que yo misma he denominado de “metaliteratura”. Y digo esto porque la obra de Esos días azules de Nieves Herrero es, precisamente, un ejercicio literario para todos los amantes de las letras. Es una aproximación a la vida del hombre para conocer la obra del poeta.


A sabiendas de que todos en nuestra etapa escolar hemos recitado y conocido un poco la obra del poeta sevillano, asomarse a la novela de Nieves Herrero es abrir el corazón a dimensiones distintas y a cuestiones sociales, históricas y políticas bien conocidas de nuestro siglo pasado a través del prisma de los sentimientos. Y es que cuando el amor entra en juego, todo lo demás queda en un segundo plano. Él mismo ya abogaba por ello cuando decía que “en el amor, la locura es lo sensato”.

Esta novela nos sitúa a dos personajes, dos seres humanos, cuyas vidas se encuentran en puntos existenciales similares pero en escenarios o terrenos diferentes. Pilar de Valderrama, una mujer de alta clase social, casada y con tres hijos, que podría tener todo lo que deseara. Antonio Machado, profesor de instituto en Segovia, hombre descuidado y desaliñado pero con una sensibilidad de tan alto copete que su existencia, después de la muerte de su primera mujer, Leonor, le hace caer en una gran soledad y tristeza. 

El planteamiento de la obra nos contextualiza en un primer plano a Pilar con todo lo que conlleva a su alrededor ser una mujer (y una mujer de una clase social alta). Nos movemos entre lujos y joyas, vestidos ostentosos, fiestas y relaciones sociales con lo más exquisito de la sociedad. Todo ello sin olvidarnos del momento histórico en el que la historia da su pistoletazo de salida: 1928. Los felices años veinte no terminaban de cuajar con la vida y la mentalidad de esta joven.

Mujer inteligente, curiosa y culta, se movía en círculos que no eran bien vistos para algunos hombres (ni para otras féminas tampoco) como el Lyceum Club de Madrid, donde se daban cita mujeres que dialogaban, reflexionaban y contrastaban las injusticias y diferencias en un momento que buscaba nuevos avances, logros y compromisos para una sociedad más igualitaria. Mujeres de la talla de Carmen Baroja, María de Maetzu, Clara Campoamor, Victoria Kent, Elena Fortún o la propia Pilar fueron el detonante de un sector cultural femenino que la historia y los libros de texto no han respetado en exceso.

Mujeres en distintas vertientes y disciplinas que ahondaban en la profundidad del ser humano quitando cualquier tipo de yugo en cuanto a género y sexo. Que trascendían el decoro de una comida copiosa o el protocolo de una audiencia. Un mundo lleno de privilegios que, sin embargo, iba consumiendo a Pilar. Es entonces cuando su vida da un giro inesperado y se cruza con el poeta Antonio Machado.

A pesar de que la admiración y entendimiento de dos mentes intelectuales podía retroalimentar una bonita amistad, el amor, ese maldito delator, se empieza a colar por las rendijas de su vida. Lo que en principio debía ser una profunda admiración de la escritora con el autor consagrado despierta en este último un torbellino de emociones que creía haber dejado sepultadas con la muerte de su mujer Leonor.

A partir de la primera cita en la ciudad de Segovia con ese vestido azul que deslumbra a Machado, la obra comienza una maravillosa trama de amor que casi podríamos denominar “adolescente”. Sin embargo, la vida y realidad de ambas mitades condiciona irremediablemente su historia. Pilar, mujer profundamente religiosa, ve fuera de toda moral que ella pueda mantener una relación extramatrimonial. Y no precisamente por su marido, al que ella va viendo cada vez más distante y como un desconocido, sino por sus hijos y las habladurías. Es decir, la presión social hacia una mujer de su status social.

Es la condena en vida de una mujer que descubre que el amor verdadero, el que levanta pasiones y enciende el alma, tiene un precio muy elevado que ni su posición social ni sus influencias pueden conseguir. La obra muestra con maestría estas limitaciones, la dureza de la conciencia de una mujer que, por primera vez, se siente querida, deseada y encumbrada por un hombre que es un auténtico referente del momento. Ella no puede dejarse llevar por esa pasión que nunca antes tuvo en su fuero interno. Su religiosidad, además de los cánones sociales, no le permite ni por asomo poder entregarse al hombre que la ha colmado de felicidad.

El estilo de la novela y la vertiginosidad narrativa hace que los sucesos avancen con rapidez y el lector pueda ir descubriendo cómo la amistad era solo la falsa antesala del amor. El carteo efervescente y clandestino que sonroja las mejillas y dibuja sonrisas auténticas es, en sí, una obra de literatura perenne. Acercarse y conocer las entrañas del poeta que descubrimos en el colegio y ver cómo se hace pequeño ante su diosa, su musa, es realmente revelador. En sus garabatos dejaba su alma y su intención más plena de amor puro. Algunos incluso podrían llegar a tildarlo de obsesivo. Entendería esto último si Pilar hubiera querido dar carpetazo a aquella situación. Pero lejos de la realidad, su vida cobra sentido y se ilumina con la irrupción del poeta.

Es casi un enamoramiento espiritual, pleno, casto y puro (aunque si hubiese sido por Machado, el concepto espiritual lo habría traído al mundo de los humanos) que se fragua en las palabras y en la literatura.

La doble vida de Pilar descubre a una mujer que debe luchar con una amalgama de sentimientos encontrados que volverían loco a cualquier ser humano. La convivencia del sentimiento de desgracia absoluta aderezado con píldoras de felicidad irrefrenable y desbocada en citas clandestinas se traducen en una montaña rusa emocional que va pesando en su interior.

Las dudas, el miedo, la incomprensión… son fantasmas que sobrevuelan la vida de una mujer en la década de los años treinta. ¡Cómo era posible que una mujer tuviera una aventura con otro hombre que no fuera su marido! Esta es, quizá, una de las luchas que con mayor efectividad, mimo y profundidad se han tratado en la novela.

He agradecido enormemente acompañar a Pilar en su vida y devenir personal. Avanzar con ella en un descubrimiento emocional y pasional y sufrir la imposibilidad de poder completar su amor con Antonio por ciertos convencionalismos. La progresión en su correspondencia, pasando de cartas más formales hasta las que ya volcaban el corazón abierto de ambos ha sido un viaje agridulce. Las ganas que el lector podría tener de dar un golpe en la mesa y romper cualquier tipo de vínculo matrimonial se veían coartadas por el momento histórico y la realidad de ser mujer.

Pero, qué obra tan maravillosa capaz de plasmar, con sus luces y sus sombras, la carga y la vida de las mujeres. En este caso, de una determinada clase social. Y en este caso de nuevo, la de una mujer que no miró el apellido, ni la nómina o el número de ceros de los ahorros. Tampoco se vio condicionada por una ideología política o una forma de pensar. Su única brújula era el amor que fue gestándose entre dos almas intelectuales a las que la situación de la España que les tocó vivir no casaba con muchas otras formas de concepciones vitales.

Su “tercer mundo” era el único lugar en el que se podían encontrar sin ataduras, prejuicios o remordimientos morales. Era ese pequeño reducto imperturbable y único compartido por ambos y que les permitía seguir viviendo en contraprestación a la realidad que los abofeteaba diariamente.

El avance de la novela viene marcado por los tiempos, las estaciones y el telón de fondo histórico que va acompasando y que pone en alerta al lector/a. ¿Cómo solventarán ambos esta situación política que se dio en este momento? O ¿cómo volver a encontrarse con las revueltas incipientes en Madrid?

La concatenación de impedimentos casi convierten a la novela en un modelo bizantino de antaño, cuando los enamorados se veían separados y debían mover cielo y tierra para reencontrarse y vivir su amor. En esta ocasión los “momentos bizantinos” se entrecortan por las vidas de ambos, las responsabilidades y deberes que no se podían desatender. El corazón solamente podía esperar en calma y alimentarse de pequeñas misivas que lo aceleraban de manera incontrolable. Y así se sucede su relación. Un amor imposible desde el arranque de la misma. Pero un amor que debía existir y que elevó a sus más altos escritos (entre otros) tanto a Pilar como a Antonio.

Mi fascinación con el poeta viene, como ya comenté previamente, en ver su vulnerabilidad humana, sus sentimientos y emociones. Derrotado por una mujer a la que considera su alma vital y que le insufla vida y le quita sueños en los años que compartieron. Es así como cualquier amante de la literatura puede acercarse después y acariciar sutilmente y ver con otros ojos su obra poética. Ver a Pilar y sus cartas detrás de un verso de Guiomar, entender sus obras teatrales con un amor que debía saltarse los convencionalismos como La Lola se va a los puertos o simplemente ver el mundo con una mirada diferente.

No es que antes su poesía no tuviera sentido para quien se aproximara a ella, pero la lectura de esta obra permite la construcción de un decorado más amplio, preciso y digno del mundo de la lírica. Insufla una cobertura de emociones muy potente.

Antonio Machado fue un alma torturada por el momento histórico que vivió. Por supuesto que apostaba por sus ideas y pensamientos, pero su arma era la palabra. Solo así sabía que se podía construir. Con ella, la educación y la cultura. Lástima que tuviera que lidiar con tanta barbarie y tan pocas miras (de ambos lados) en un momento tan convulso para España. Porque él amaba su país y todo lo que estas tierras habían dado a sus ciudadanos. No podía sufrir más con la incomprensión, el odio y la violencia entre hermanos.

Su alma y su concepción tan emocional chocaban con la dureza de los momentos que les tocaron vivir a millones de españoles. De ahí que su reducto, su balsa de salvación fuera la mujer a la que amó con toda su alma.

La obra lo refleja muy bien y los picos de euforia y tristeza que vivió el poeta y padecieron en su familia fueron tan grandes que, desde mi humilde punto de vista, parte de su muerte responde una pena profunda. Una pena horrible por no poder terminar su paso en esta vida de la mano de su amada. Es un sentimiento que debe estar al alcance de tan pocas personas en vida que para él era auténticamente desgarrador no vivir junto a ella, no tener noticias suyas y perderse en la muerte sin una despedida digna. Eso fue lo que condicionó su alma. Enfermedades y achaques aparte.

Pero quiero creer, y en este sentido su figura casi estaría envuelta en un halo de fascinación, que su vida debía terminar así. Era un tormento que no tenía billete de vuelta. Era conocedor de que su vida no podía tener plenitud por la situación de Pilar. La amaba tanto que tenía que convivir con dicha tortura. Y lo aceptó. Sabía a lo que se exponía.

Antonio Machado amó a corazón abierto y ese amor era su combustible poético. Su mayor inspiración y el reguero de algunos de sus mejores versos.

El tramo final de la obra, sin hacer ningún tipo de spoiler, es fabuloso. El lector/a, después de haber sido confidente de toda la correspondencia epistolar, se enfrenta a momentos tremendamente desgarradores. El fragor de la Guerra Civil y sus consecuencias se palpan en ambos lados y ellos son la cara y cruz de una misma moneda.

La separación, a sabiendas de que seguramente no se volverían a ver nunca, es un punto de inflexión en los últimos momentos de la vida del poeta y uno de los momentos más oscuros de la vida de Pilar (con la muerte de su hijo pequeño posteriormente). No hay forma de sanar el alma humana que ha sido arrollada por un amor tan devastador. La única fórmula estaba prohibida. Y ellos no iban a ser la excepción.

La novela permite, por tanto, un acercamiento a una bella historia de amor aderezada con los condicionantes del momento histórico y las circunstancias vitales y personales. Pero es un viaje que hay que saborearlo con ellos. Debemos ser ese tercer espectador invisible que ríe con ellos, padece con ellos y termina asumiendo la realidad a la que se deben enfrentar.

Y porque creo firmemente, como aparece en el epílogo final, que esta historia debía salir a la luz. Principalmente por ella. Cuántas mujeres no habrán sido inspiración de tantos artistas famosos a lo largo de la historia y quedaron en un segundo plano. Guiomar tenía que ser el pseudónimo para no generar escándalos. Pero detrás de ese nombre lírico estaba el de una mujer como Pilar de Valderrama. Escritora e intelectual también. La mujer que descolocó a Machado e hizo sacar de sí parte de su mejor poesía. Una mujer que tuvo que luchar contra los convencionalismos y las limitaciones de su momento, que tuvo que ocultar una historia de amor hasta que sacó a la luz sus memorias (y con ella parte de las cartas que salvó) y que vivió apasionadamente una historia que sabía que no tenía un final feliz.

Un agradecimiento, finalmente, a Nieves Herrero por haber dado cobertura, vida, voz y narración a esta bella trama. En el fondo, es parte de nuestra historia y de nuestra literatura. Son esas historias que subyacen a la vida de grandes iconos de nuestra identidad. Es, quizá, uno de los mejores ejemplos de que la poesía es vida y la vida es amor. Ellos, Pilar y Antonio, lo supieron desde el primer momento. Y apostaron por ello, a sabiendas de lo que iban a dejarse en el camino.

Pero es que ya lo dijo él mismo… “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.

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